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Las ciencias del comportamiento en la era del Coronavirus...

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La conducta humana, esa noble herramienta al servicio del cambio

La pandemia del COVID-19 está arrastrando al mundo hacia una de las crisis sanitarias más devastadoras de nuestro siglo. Al momento de escribir este texto, más de 21 millones de personas han sido infectadas por el nuevo Coronavirus (SARS-CoV-2) y más de 760.000 han muerto.

A la espera de una vacuna o medicamento efectivo, los esfuerzos para inspirar acciones colectivas para un mayor cumplimiento de las medidas de salud pública (por ejemplo, distanciamiento físico, los hábitos de higiene, y el apoyo a las políticas de salud) se convierten en el desafío central al mitigar la transmisión del SARS-CoV-2.

La “quaranta giorni” (cuarentena) es una vieja receta surgida en un entorno de conductas sociales difícilmente comparable al actual. En la coyuntura actual, el acceso a la comunicación masiva les permite a los gobiernos implementar intervenciones basadas en las ciencias del comportamiento (una conjugación de varias disciplinas que estudian la mente y la conducta, incluidas la psicología, las neurociencias cognitivas y la economía del comportamiento, entre otras). Sin embargo, los gobiernos tienen muy poca información sobre los niveles de adhesión a las medidas de cuarentena y sus políticas se reducen a controles poco efectivos.

Si se utilizaran datos a gran escala sobre el comportamiento ciudadano sería posible definir estrategias para saber cómo incidir en la conducta e implementar políticas de higiene y de aceptación de la cuarentena con mayor compromiso. Más precisamente, para que los gobiernos logren formular políticas efectivas, deben obtener datos precisos y variados sobre las conductas, reacciones y creencias de la población sobre el virus, para responder a la crisis actual y prepararse mejor de cara a una segunda ola.

Por qué las medidas de salud pueden no cumplirse

Nuestro cerebro ha evolucionado en comunidad, en constante interacción con otros, y su adecuado desarrollo depende fundamentalmente del entramado social. Solo nos desarrollamos con otros. El distanciamiento es antinatural, especialmente cuando se extiende en el tiempo.

La socialización es nuestra mejor fuente de regulación emocional, pues favorece la reducción del estrés y la resiliencia. La soledad (percibida) crónica es un determinante de la salud general, que incrementa el riesgo de padecer enfermedades cardiovasculares, inmunes, psiquiátricas y neurológicas.

Las tecnologías actuales que permiten una mayor conectividad entre las personas, como lo son las redes sociales, si bien pueden ayudar, son más bien un complemento y expansión de nuestras “otras” redes sociales (las del café con colegas, el deporte con amistades, el recital con otros fanáticos de nuestra banda favorita). Cuando las primeras no interaccionan con las últimas, pueden empeorar los sentimientos de soledad y desamparo.

Los cambios bruscos en las dinámicas de la familia, las parejas y los vínculos filiales atentan contra la obediencia a la cuarentena. Cuanto mayor es su duración, más frecuentes devienen las reacciones al estrés y las explosiones emocionales intrafamiliares. La cuarentena se acompaña de otros estresores, como la incertidumbre, el impacto socioeconómico y las dificultades laborales.

Estudios de cuarentenas previas, de una duración mucho más reducida, han mostrado efectos negativos de largo plazo, tales como depresión, estrés, confusión y enojo crónicos, a la par de una exacerbación de otros síntomas psiquiátricos.

Por todo ello, sostener las hábitos de higiene y la obediencia de la cuarentena, en el contextos de una pandemia poliforme (pandemia viral, pandemia de soledad, pandemia de estrés, pandemia de incertidumbre, pandemia económica), se vuelve cada vez más difícil ante el paso del tiempo.

¿Cómo pueden ayudar las ciencias del comportamiento?

Para ralentizar la transmisión del virus y "aplanar la curva", es crucial que las personas apoyen las políticas efectivas de protección (mantener la distancia social y mejorar la higiene física). El Director General de la Organización Mundial de la Salud (OMS) señaló recientemente que la ciencia del comportamiento es crucial porque ayuda a que las personas puedan tomar las mejores decisiones para su salud (OMS, 2020).

Un primer aspecto a considerar son las diferencias individuales. No todas las personas responden de igual manera a la pandemia y la cuarentena. En particular, los actos más individualistas y egoístas son promotores de la violación de la cuarentena. Quienes cultivan hábitos más prosociales tienden a respetarla más, aunque con un mayor impacto emocional. Existen muchos otros sesgos individuales (el sesgo de optimismo, el miedo, la miopía del futuro) y sociales (las teorías conspirativas, la desinformación, las noticias falsas) que hoy impactan de forma escalada y global en las reacciones a la pandemia.

Frente a los sesgos generales, hay acciones básicas que pueden ayudar. La comunicación efectiva, simple y clara, es crucial para comprender el porqué del confinamiento y el alcance de sus beneficios. La educación en los propios sesgos y la educación respecto a la desinformación son también herramientas eficientes y escalables. La cuarentena no debe ser vivida como una restricción forzada de la libertad ni como una respuesta ante la amenaza de vida, sino como una forma de compromiso social.

Las decisiones altruistas y prosociales nos hacen sentir bien y dan sentido al sufrimiento. Cuando las acciones individuales se realizan en pos del bien común, las restricciones se pueden sobrellevar mejor. La persuasión y el liderazgo deberían estar basados en una identidad social compartida, que debiese ser promovida por líderes (religiosos, políticos) e influencers. Los mensajes sobre los beneficios para la comunidad, la focalización en proteger a la gente, y la alineación con valores de prosocialidad deberían ser más frecuentes que aquellos con un tinte amenazante.

Por supuesto, para las ciencias del comportamiento la comunicación no sólo es una herramienta, sino también un fenómeno de estudio. De estas líneas de indagación surgen aportes clave que nos permiten comprender cómo la cuarentena impacta en nuestras propias prácticas comunicativas cotidianas.

En particular, el aumento del tiempo ante pantallas de dispositivos digitales (computadoras, tablets, celulares) para cumplir con obligaciones profesionales (como reuniones) y personales (como las fiestas de “Zoompleaños”) puede repercutir en la calidad de nuestras interacciones. Por ejemplo, diversas disciplinas han mostrado que el caudal informativo durante un diálogo depende, en buena medida, de información no verbal, como expresiones faciales, gestos y posturas corporales.

Las cámaras de estos dispositivos muchas veces nos privan de acceso a estas claves contextuales, de modo que pueden aumentar el margen de ambigüedad y malos entendidos durante la conversación. Más aún, la gestión de nuestros recursos atencionales limitados se dificulta durante una videollamada, dado el acceso a múltiples ventanas con información diversa en paralelo.

El impacto comunicativo de la cuarentena incluso puede observarse en macroescalas sociales. Distintos estudios basados en data analytics han mostrado que, en distintas redes sociales, los mensajes negativos se diseminan más cuantiosa y rápidamente que los positivos, con potenciales consecuencias sobre la reactividad emocional y la conformación de opinión pública. Mediante la generación y divulgación de estos hallazgos, las ciencias del comportamiento pueden nutrir agendas de concientización e intervención públicas tendientes a promover prácticas comunicativas más eficientes y reflexivas.

Este tipo de acciones son mucho más urgentes en poblaciones vulnerables. Estas necesitan un apoyo mucho más directo de parte del estado, las organizaciones no gubernamentales, y la comunidad, no solo para cubrir las necesidades básicas de agua, comida e higiene, sino para dotarlas de un especial apoyo psicológico y comportamental.

Hacia una ciencia del comportamiento que guíe las decisiones de los gobernantes

La mayoría de las decisiones políticas, en el mundo, se toman a nivel nacional. Con el fin de promover comportamientos protectores entre sus ciudadanos, algunos líderes han apelado recientemente a la unidad nacional. De hecho, una forma de hacer frente a la crisis e intensificar el sentido de compromiso y confianza del grupo hacia los líderes políticos es construir un fuerte sentido de identidad compartida. De esta manera, los líderes políticos promueven la sensación de que "nosotros" estamos juntos en esto y que podemos manejar la crisis mediante la acción colectiva.

Muchas investigaciones sugieren que una fuerte identificación con el propio grupo puede, en efecto, promover acciones conjuntas. La identificación con el grupo estimula la cooperación mutua y el cumplimiento de las normas. El sentimiento de inclusión basado en la identidad nacional lleva a las personas a comprometerse más con las políticas recomendadas, lo cual sirve como retroalimentación para que los políticos identifiquen estrategias comunicativas efectivas y atraigan nuevas audiencias. Sin embargo, cuando el enfoque cambia de un sentido de identidad compartido a enfatizar la excepcionalidad nacional, podemos observar efectos opuesto del llamado narcisismo colectivo: una creencia en la grandeza de un grupo que no es apreciada por los demás (también conocida como "patriotismo ciego").

Los grupos con fuerte narcisismo colectivo, como el caso de los conservadores (en Brasil y EEUU por ejemplo), han tendido a minimizar los riesgos de la pandemia. Pero, ¿cómo podemos saber si las personas realmente cambian sus creencias y conductas asociadas a la pandemia de acuerdo a dichos sentimiento de identidad nacional? Responder esta pregunta podría ayudar a las organizaciones y líderes a diseñar intervenciones específicamente dirigidas a aumentar el cumplimiento de las normas.

Recientemente, en un esfuerzo internacional sin precedentes, y de la mano de Jay Van Bavel (New York University), hemos creado el International Collaboration on the Social & Moral Psychology of COVID-19 (ICSMP: icsmp-covid19.netlify.app/). El objetivo del ICSMP es reunir a académicos de todo el mundo para examinar los factores psicológicos subyacentes a las actitudes y conductas relacionadas con el COVID-19.

Nos centramos en factores como la creencia en teorías conspirativas, la cooperación, la percepción del riesgo, la pertenencia social, la humildad intelectual, la identificación nacional, el narcisismo colectivo, la identidad moral, la ideología política, la autoestima y la reflexión cognitiva. El objetivo es generar una plataforma de investigación multinacional masiva que pueda servir como bien público para los gobernantes. Intramed es parte de este esfuerzo internacional.

En un primer estudio en revisión, del que Daniel Flichtentrei (IntraMed) es también co-autor, tratamos de entender por qué las personas de todo el mundo respaldan los comportamientos de salud pública y las políticas sociales (en 67 países, con más de 47.000 participantes). Encontramos que las diferencias individuales en la identificación nacional predijeron de manera sólida los comportamientos de salud y el apoyo a las intervenciones políticas. Los ciudadanos que se identificaron más fuertemente con su nación informaron un mayor compromiso con medidas críticas de salud pública en todo el mundo.

Para obtener resultados representativos, controlamos las diferencias económicas y políticas a nivel de país. Nuestros resultados proporcionan evidencia sólida de que la identificación nacional es el predictor más confiable de las tres formas de protección ante el COVID-19 en términos de salud pública (reducción del contacto, higiene física y apoyo de políticas públicas). La relación fué positiva y significativa en todos los países.

El narcisismo nacional y la ideología política también tuvieron efectos, aunque de menor grado: los participantes más inclinados hacia una postura conservadora informaron niveles más bajos de las tres medidas de protección. Sin embargo, el factor más robusto y homogéneo a lo largo de los 67 países fue la identificación nacional, que predice de manera contundente no solo el apoyo a las políticas contra el coronavirus, sino también el cumplimiento de las pautas de contacto e higiene personal. Esto sugiere que en una pandemia, la noción colectiva de “nosotros” y su relación con la adhesión y el apoyo a las políticas antivirus no están necesariamente alineados con nuestra identidad política, sino más bien con nuestra identidad nacional.

En síntesis, la identidad colectiva que, a pesar de las diferencias políticas, valora la protección de todo el grupo es el tipo de identificación que más promueve las conductas adecuadas. En otro estudio, aún en revisión, encontramos que las personas que presentan mayores niveles de empatía y moralidad colectiva son las que mejor respetan y acatan las normas de salud pública, higiene y cuarentena.

Sin embargo, son también las que se sienten más expuestas, con más riesgo de depresión y mayor sobreestimación de los riesgos. Si bien estos resultados son preliminares y aún no se publican, están en consonancia con estudios previos que sugieren que la identidad nacional, la cooperación y la moral al servicio del bien común son los factores psicológicos más relevantes asociados a los comportamientos requeridos para afrontar la pandemia. Los gobernantes pueden echar mano a esa caja de herramientas de las ciencias del comportamiento.

Cómo repensamos el futuro post-pandemia de la mano de las ciencias del comportamiento

Hay tendencias globales convergentes resultantes de la pandemia de COVID-19 que obligan a una estrategia global: apreciación generalizada del aumento de los problemas de salud del cerebro, mayor automatización, pérdida de empleo y subempleo, reestructuración radical de los sistemas de salud, adopción y aceptación rápidas de soluciones digitales y remotas, y reconocimiento de la necesidad de reinvención económica.

Ciertamente, es esperable que los sobrevivientes de COVID-19 puedan sufrir consecuencias cognitivas y psiquiátricas por mucho tiempo, incluidos diversos trastornos de estrés postraumático y depresión, incluso el suicidio. La pandemia de COVID-19 puede considerarse como una catástrofe para la salud cerebral y mental.

Este contexto presenta una gran oportunidad si la pandemia cataliza algunos cambios institucionales y un mejor contrato social. Nuestra economía actual es, de hecho, una economía del comportamiento o de la mente, en la que la mayoría de los nuevos trabajos exigen habilidades cognitivas, emocionales y sociales

Con una mayor automatización, nuestra economía global otorga cada vez más importancia a las habilidades cognitivas y afectivas que nos hacen humanos, como el autocontrol, la inteligencia emocional, la creatividad, la compasión, el altruismo, el pensamiento sistémico, la inteligencia colectiva y la flexibilidad cognitiva. La inversión en la salud cerebral y las habilidades del comportamiento son críticas para la renovación económica post-COVID-19, y su recuperación global a largo plazo.

En Argentina (y la región), un importante paso en esa dirección es la creación de la nueva Licenciatura en Ciencias del Comportamiento de la Universidad de San Andrés, (udesa.edu.ar/rectorado/cien.... Esta es una propuesta inédita en la región, que brinda herramientas para transformar la realidad en la que vivimos de mano del estudio de la mente y la conducta basada en datos.

Fuente: intramed.net/contenidover.a...

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